+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

|

16 de enero de 2021

|

142

Visitas: 142

JORNADA DE LA INFENCIA MISIONERA

La Iglesia celebra en este domingo la Jornada de la Infancia Misionera. Es una obra de apostolado, dependiente de las Obras Misionales Pontificias, aprobada por el Papa Pío XII, que nació ya hace muchos años y que involucra a los niños en la actividad misionera, oracional y solidaria de la Iglesia. Esta Jornada quiere promover la ayuda recíproca entre los niños de todo el mundo. Una Jornada, en la que miles de niños de los cinco continentes se sienten misioneros y enviados por la Iglesia. En ella, los niños son los protagonistas que quieren misionar y ayudar a otros niños. Una ayuda material y una ayuda espiritual. Es como una ayuda solidaria de los niños con más posibilidades para otros niños con menos recursos. Es, sin duda, una forma de iniciar a los más pequeños de nuestras comunidades parroquiales en la solidaridad y la fraternidad activa que todos los cristianos debemos de tener, tal como nos enseña Jesucristo. 

El lema que nos guía este año es: “Con Jesús, a Nazaret. Somos Familia”. La Iglesia es nuestra familia desde el momento en que fuimos bautizados. La Iglesia es la familia de los hijos de Dios. La Iglesia de Jesucristo es, por su propia naturaleza, misionera. Por tanto, nosotros como miembros de esta familia tenemos que ser todos evangelizadores, misioneros. De nosotros depende que otros niños, jóvenes y mayores conozcan la enseñanza del Evangelio y a Jesucristo, y lo amen. Hemos de fomentar en los niños el espíritu misionero, para que surjan entre ellos misioneros apasionados, testigos de la ternura de Dios y anunciadores de su amor. 

En la primera lectura de la Palabra de Dios que hemos escuchado, vemos que la invitación de Dios a escucharle y seguirle se la dirige a un niño, a Samuel. Esta lectura nos recuerda que Dios nos llama a todos, y también a los niños, como llamó a Samuel. Y si recordamos a la Sagrada familia de Nazaret, a María, a José y al niño Jesús, vemos como los tres respondieron sí a lo que Dios les pedía. “Aquí está la sierva del Señor. Hágase en mí según tu Palabra”, dirá María. “Habla Señor que tu siervo escucha” fue la respuesta del niño Samuel. Y nosotros, al escuchar el Salmo responsorial hemos dicho todos: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

Por eso, la Jornada de la Infancia Misionera, ha de ser también un motivo de reflexión de los mayores, porque somos nosotros, los mayores, los que tenemos que transmitir la fe a los pequeños. Sin esta transmisión de padres a hijos es muy difícil que el niño busque, valore y viva su fe, ni de niño ni cuando sea adulto, precisamente porque no ha tenido experiencia de la misma en su propia vida familiar.

 

La familia debe ser la primera escuela de fe para los hijos, en la que aprenden a conocer, valorar y vivir la fe. Es en la familia en la que se les enseña a tener una visión del mundo, en el que Dios está presente como creador, en la que Cristo aparece como el verdadero salvador del ser humano, que se encarna, haciéndose uno como nosotros, que muere por amor al hombre y resucita para vencer definitivamente la muerte y que el hombre no esté destinado para siempre al fracaso y a la condena, sino a la vida eterna.

Es en la familia donde el niño tiene su primera experiencia de oración, de gratitud hacia Dios, que le ayuda a dirigirse a Él porque lo necesita. Es en la familia donde los niños aprenden a querer a los demás porque así se lo pide Jesús, a ser solidarios porque los demás son hijos de Dios y hermanos nuestros, a preocuparse porque los demás niños conozcan y tengan a Jesús como su “gran amigo”.

Hemos de recuperar el sentido creyente, de fe de nuestras familias. Los padres queréis lo mejor para vuestros hijos y, sin embargo, muchos padres actuales, al no transmitir a sus hijos la importancia de su experiencia y vivencia de la fe en Dios, están privando a sus hijos de algo tan importante como es sentir a Dios a su lado, sentirse amado por él y poder dar sentido a la vida.

Ahora quiero dirigirme a vosotros los niños y os voy hacer tres preguntas, que no hace falta que me las respondáis, pues yo os voy a dar también la respuesta. Pero eso sí tenéis que recordar y grabar en vuestro corazón estas respuestas.

*¿Qué es la Infancia Misionera? Es, sobre todo, una escuela de fe y de solidaridad. En ella se enseña a los más pequeños a dar testimonio de su fe y a ayudar a los misioneros que atienden a los niños más necesitados y que tanto sufren en muchas partes del mundo.

*¿Qué se os pide a los niños cristianos en este día? Tres cosas: lo primero, rezar por los misioneros para que nunca les falte la fuerza de Dios y, al mismo tiempo, rezar por los niños que ellos cuidan con tanto cariño; segundo, donar parte de vuestros ahorros porque los misioneros necesitan ayuda para poder cumplir sus tareas evangelizadoras y de promoción humana y social; y, tercero, lo más importante: ser vosotros mismos pequeños misioneros. 

Muchas veces los niños “os picáis” unos a otros diciéndoos: “¿A qué no te atreves?”. Hoy os quiero retar yo a vosotros ¿A qué no te atreves en esta ocasión a ayudar a los misioneros y a los niños que están en las misiones, y a ser tú mismo misionero? Para conseguirlo, te tienes que apoyar en un gran Amigo, que nunca falla: Jesucristo, que fue el primer y gran misionero. Y Jesús, presente en ti desde el día de tu Bautismo, quiere que seas sus ojos, su corazón y sus manos. Ojos, corazón y manos de niño. ¿Y por qué no soñar que, tal vez algún día, Dios también te quiere como misionero, sacerdote o religioso consagrado para entregar tu persona y gastar toda tu vida en la misión aquí en la diócesis de Albacete o fuera de ella?

 

*¿Sabéis quién mueve de verdad la Misión y los corazones de los misioneros? El Espíritu Santo, que es la fuerza más grande de Dios. Este Santo Espíritu nos da fuerza y capacidad para vencer todos los males y todas las dificultades que se puedan presentar. ¡Nos hace ser atrevidos, valientes! Y, lo más importante: cambia a las personas por dentro, y nos hace vivir “no para nosotros mismos”, de forma egoísta, sino vivir para Dios, para ayudar a los demás y para poder cambiar este mundo egoísta en que vivimos y construir un mundo nuevo, más humano y fraternal. 

Damos gracias a Dios por todas las cosas buenas que nos ha regalado en nuestra vida. Y, sobre todo, le damos gracias porque vamos avanzando en el camino para alcanzar a ser algún día misioneros de Jesucristo. Si oís la llamada de Dios, como le paso al niño Samuel en la narración de la primera lectura, sed valientes y decidle: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. 

Termino con una petición a vosotros los padres y madres, a la Familia. Por favor si alguno de vuestros hijos se siente llamado a la Misión, al Sacerdocio, a la Vida Consagrada, por favor, no seáis un obstáculo en su vocación, sino su apoyo y ayuda, pues cuando Dios llama y todos respondemos con un SI generoso, Él nos obsequia con grandes dones y gracias divinas. 

Pidamos a la Virgen María, Madre y protectora de las Misiones y de los misioneros, que nos acompañe en nuestro camino y proteja a todos nuestros misioneros y a todos los niños del mundo, especialmente a los más necesitados humana y espiritualmente.