+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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1 de abril de 2021

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En este día, como todos los Viernes Santos, acompañamos a Jesús en su camino hasta la Cruz. Contemplamos “al que traspasaron”, recordando las palabras de la Escritura, que se cumplen hoy: “Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único y llorarán como se llora al primogénito” (Za 12, 10-11a). La celebración de hoy tiene como centro a Jesucristo crucificado. Contemplamos al Hijo de Dios que se entregó por nosotros. Es el momento de renovar nuestra fe y de reconocer, con san Pablo, que Jesús está ahí en la cruz por mí: “Me amó y se entregó por mí”.

Hemos escuchado en la lectura de la Pasión del Señor y recordamos en síntesis cómo Jesús fue prendido, apresado en el Huerto de los Olivos y llevado ante Anás, y después ante Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Hemos escuchado todas las preguntas que le hacían, sin descubrir motivo alguno de culpa. Hemos escuchado también como le interroga Poncio Pilato. Hemos sido testigos, en medio de todo este proceso, de la traición de Judas y de las negaciones de Pedro; de las burlas de los soldados y de sus azotes.

Jesús va cargado con su cruz. Lo llevan al monte Calvario, al Gólgota, y allí lo crucifican. Junto a la cruz de Jesús aparecen las mujeres y el discípulo amado. Jesús encomienda a Juan a su madre. Es la entrega de la madre a la comunidad, a la Iglesia. Cuando Jesús sabe que ya todo está cumplido, pide de beber. Y después inclina la cabeza y muere. 

En Jesús crucificado se encuentran dos realidades: la del mal, el sufrimiento y el pecado, por una parte, y, por otra, la del amor de Dios. En la Cruz el mal queda vencido. Cristo entrega su vida y Dios Padre lo resucita. En Él se realiza nuestra salvación. 

También hoy en la cruz contemplamos el rostro de tanta gente “crucificada” a nuestro alrededor, gente que padece la injusticia, el hambre y la miseria, personas perseguidas, enfermos sin el cuidado o la compañía de nadie, personas tristes, personas deprimidas, personas que no encuentran sentido a su vida, gente cercana que no tiene lo necesario para vivir dignamente, familias rotas, personas sin ilusión, sin trabajo, sin casa, sin hogar, desorientadas, sin amor… Todos, unos y otros, están también hoy junto a la cruz de Jesús, como cada Viernes Santo.

Hoy, Viernes Santo, la Cruz es el centro de nuestra celebración. Es el signo distintivo de los cristianos, porque no conocemos amor más grande que el de Aquel que fue capaz de dar su vida para que todo tuviéramos vida eterna: Jesucristo. 

¡Cuántas personas, contemplando y sintiendo el dolor de Cristo crucificado, han encontrado alivio y consuelo para sus propios dolores! Cristo crucificado y muerto en la cruz nos enseña a aceptar muchos dolores no buscados, ni queridos, y a hacer de nuestro dolor un fuego purificador y redentor, un fuego de amor reparador. El dolor de Cristo nos purificó y nos salvó. Pidamos al Cristo crucificado que también nuestros dolores nos purifiquen a nosotros y salven a los demás. 

“Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores… sus cicatrices nos curaron” (Isaías). Cristo quiere que, por amor, hagamos nuestros los sufrimientos de los demás, para salvarlos. Los cristianos estamos llamados a saber sufrir por los demás, imitando a Cristo. En esta tarde del Viernes Santo ofrezcamos al Padre todos los sufrimientos que nos causan los demás. Y hagámoslo por amor, con un amor que purifica y salva. A eso nos convoca esta tarde el Cristo clavado en la cruz. “Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”.

Jesús, en la cruz, derrota totalmente al pecado. Lo vence por la abundancia de su amor. Rompe su dinámica terrible y perversa y abre un camino para que cada uno de nosotros, si acogemos la salvación que nos ofrece, podamos vencer también el mal. Lo que era un instrumento de ignominia y tortura es ahora un signo de amor en el que se revela el verdadero sentido de la vida. Muriendo en la cruz, Jesús nos muestra en qué consiste la verdadera vida.

En la cruz aprendemos el verdadero amor. En ella se nos enseña que cada día, en cualquier circunstancia, hay que oponerse al mal con la fuerza del amor y que ahí se consuma la verdadera victoria.

Hoy se nos invita a contemplar a Jesús crucificado y a adorar su Cruz. Las lecturas nos mueven a detenemos en lo que Jesús hizo por nosotros y a conocer en más profundidad lo que significa su amor por nosotros. Se nos hace presente la potencia del mal, pero la fuerza de Cristo es más poderosa y lo derrota para siempre. Acerquémonos a la cruz, a Jesucristo, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Vamos a venerarla, en su momento, agradecidos, al pasar delante de ella, pues es Jesucristo nuestro Señor y Salvador.