Pedro Ortuño Amorós
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12 de junio de 2021
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Los especialistas, exegetas y teólogos, están de acuerdo que el Reino de Dios ocupaba el centro de la predicación de Jesús. Así comienza el evangelio de Marcos, que dice en boca de Jesús: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios”. Jesús hablaba del Reino no con grandes discursos, sino con bellas y breves parábolas o metáforas, como se pregunta en el evangelio de hoy: “¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza”. Jesús se adapta perfectamente al auditorio; Dios en Jesús nos habla en el lenguaje que pueden entender hombres y mujeres, en aquel tiempo gente sencilla del mundo rural que era la gran mayoría de la población.
Hoy Jesús también nos dice que la semilla es el Reino o proyecto de Dios sobre cada persona y sobre la humanidad. Y como tal, es a la vez, una realidad divina que está en cada uno de nosotros, y es también una realidad humana en cuanto que se tiene que manifestar en la vida de cada día.
Jesús sugiere que lo mismo que una semilla tiene una fuerza de vida latente dentro de sí, también el proyecto de Dios sembrado en nosotros está capacitado para germinar, crecer y desarrollarse hasta producir el fruto propio.
Por ello, el primer mensaje que no ofrece Jesús es que es necesario creer y confiar en la acción de Dios porque “la semilla del Reino germina y va creciendo sin que el sembrador sepa cómo”.
Toda semilla necesita de unas condiciones indispensables para que la vida que hay dentro de ella emerja y se desarrolle: necesita el concurso del labrador que debe realizar algunos trabajos, y otros aspectos como la humedad, temperatura, sol, aire, dependen de la naturaleza.
En la cuestión del Reino, Jesús es el mejor sembrador y en Él encontramos el modelo a seguir. Él siembra en todo tiempo y lugar la semilla del Reino, Él se dirige a todos, pero con una atención especial a los más pequeños como los marginados, enfermos, pecadores, la gente sencilla en general, precisamente porque eran los más desvalidos y menos favorecidos.
El evangelio de hoy es también una llamada a vivir la tarea del anuncio del evangelio con esperanza y confianza en Dios, frente al pesimismo que aflora a veces, al hacer comparaciones pensando que los tiempos pasados fueron mejores y lamentándonos del presente como tiempo de derrumbe.
Recuerdo, allá por los años 80 del siglo pasado, que un pastoralito español decía que muchos éramos cristianos de cuatro estaciones: bautismo, primera comunión, boda y entierro, porque la práctica religiosa o manifestaciones de fe se reducían a dichos momentos y poco más, lo que hace pensar, entonces y ahora, que puede que seamos muchos los bautizados, pero pocos los convencidos y convertidos.
Por ello, en este tiempo debemos preguntarnos si hemos descubierto el Reino de Dios y si hemos puesto de nuestra parte las condiciones necesarias para que pueda desplegar su propia energía en cada uno de nosotros. Si no se desarrolla, la culpa no será de la semilla, sino nuestra. Según nos dice Jesús “la semilla germina y va creciendo… la tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano”. La semilla con su propia fuerza está en cada persona, solo espera su oportunidad, que se dará cuando nosotros aportemos las condiciones necesarias.
El reino es una realidad espiritual. Si está o no está se verificará contemplando las obras, como decía Jesús: “por los frutos se conocerá quienes son mis discípulos: si os amáis unos a otros”. Si mi relación con los demás es adecuada de acuerdo con mi ser de discípulo de Jesús, mostrará que el reino de Dios está en mí; si la relación no es adecuada, demostrará que el Reino no se ha desarrollado.
A cada uno nos corresponde disponerse a ser buena tierra, donde el Reino de Dios sembrado en nosotros crezca y fructifique, y si es así, como dice Jesús, seremos luz que alumbre al mundo, o levadura que hace crecer nuestra sociedad según el proyecto de Dios.