Mons. D. Ángel Fernández Collado
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26 de octubre de 2021
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Alcaraz – Santuario de Cortes, 23 de octubre de 2021
Queridos jóvenes de la diócesis de Albacete que estáis celebrando esta peregrinación, caminando juntos y renovando vuestras vidas cristianas con los diferentes actos que estáis realizando como la peregrinación, y ahora con esta Eucaristía, después de entrar por la Puerta Santa de este Año Jubilar para dar gracias a Dios por todos los bienes espirituales que estáis recibiendo, para poneros también agradecidos en las manos de nuestra Madre del cielo, de Nuestra Señora, la Virgen de Cortes, y para recibir las indulgencias y ayudas espirituales que la Iglesia nos concede en estas circunstancias.
Al ser conscientes de nuestra realidad de bautizados, de hijos de Dios por el Bautismo, de miembros de la Iglesia, de la familia de los Hijos de Dios, y de amigos de Jesucristo, pues nos sentimos amados y salvados por Él, recordamos las tareas pastorales y experiencias en el corazón que hemos recibido del Señor para hacer presente entre nosotros su Reino de amor, de paz, de servicio, de justicia y perdón. Y estas son: Anunciar a Jesucristo y su Evangelio; dar a conocer sus enseñanzas, su vida, Pasión, Muerte y Resurrección; enseñar a vivir como cristianos en la Iglesia y en el Mundo; conocer el amor de Dios nuestro Padre y sentir en nosotros la fuerza del Espíritu Santo.
La Resurrección de Jesucristo, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés sobre los apóstoles, los discípulos y la Santísima Virgen María, juntamente con la conciencia del mandato de Jesús: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación ” (Mc 14,15-16), “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo,… recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22), nos abren a la realidad de una Iglesia evangelizadora y misionera y a tomar conciencia de nuestra condición de bautizados, de apóstoles y discípulos misioneros.
Nadie nos debe impedir el ejercicio de este derecho y el cumplimiento de este deber como cristianos, evangelizadores y misioneros. Los Apóstoles así se lo hicieron ver a los sumos sacerdotes y a los letrados. “Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído” (Hech 4,20). Tampoco nosotros podemos callar. Es mucha la ignorancia a nuestro alrededor, son incontables los que andan por la vida perdidos y desconcertados porque no conocen a Jesucristo. La fe y las enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia que hemos recibido debemos comunicarlas al mayor número de personas que nos sea posible. Pues, como dice Jesús: “No se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,15-16).
Queridos jóvenes y formadores acompañantes: quiero agradecer y destacar que vuestra presencia es hermosa y alentadora, porque sois portadores de «buenas noticias», la buena nueva de vuestra juventud, de vuestra fe y de vuestro entusiasmo como jóvenes cristianos. “Vosotros mismos sois una buena noticia”, porque sois signos concretos de la fe de la Iglesia en Jesucristo, lo cual me hace experimentar un gran gozo y una gran esperanza.
No tengáis miedo a creer en la buena noticia de la misericordia del amor de Dios, porque ésta noticia tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. Como receptores y mensajeros de esta importante noticia, estáis ya preparados para llevar una palabra de esperanza a toda la diócesis, a vuestras familias, ambientes y amigos. Y también a tantas personas que sufren y que necesitan de vuestras oraciones, de vuestra entrega, de vuestra amistad, presencia cercana y solidaridad. De esta manera, poco a poco, podréis descubrir cuál debe ser vuestro papel en el proyecto salvador de Dios.
Tres interrogantes surgen en mi mente al celebrar esta Eucaristía y Encuentro con vosotros junto a Nuestra Señora, la Virgen de Cortes.
1º.- ¿Cómo puede alguien creer en Jesucristo si nadie le ha hablado directamente de su experiencia de amistad con Él? Nuestro mundo está lleno de ruidos y distracciones que pueden apagar la voz de Dios. Para que otros se sientan llamados a escucharlo y a creer en Él, necesitan descubrirlo en personas que sean auténticas, como sois o queréis ser vosotros. Personas que sepan escuchar. Por eso es preciso hablar con Jesucristo en la oración. Aprended a escuchar su voz, hablándole con calma desde lo más profundo de vuestro corazón. Jesús está lleno de misericordia. Compartid con él todo lo que lleváis en vuestros corazones: vuestros miedos y preocupaciones, así como vuestros sueños y esperanzas. Cultivad la vida interior. Esto lleva tiempo, requiere paciencia, saber esperar. No os canséis, Jesucristo hará germinar esa semilla y llegarán esos frutos que luego podréis compartir con los demás.
2º.- ¿Cómo puede alguien conocer y amar a Jesucristo sin un mensajero que se lo dé a conocer? Esta es una gran tarea encomendada de manera especial a los jóvenes, a vosotros: ser «Apóstoles, discípulos misioneros y mensajeros de la buena noticia de Jesús, sobre todo para vuestros compañeros y amigos. No tengáis miedo de plantear preguntas que hagan pensar a la gente. Y no os preocupéis si sois pocos. El Evangelio siempre crece a partir de pequeños granos de simiente. Hablad con el ejemplo de vuestras vidas, con los sentimientos de vuestro corazón, con signos de esperanza para los que están desanimados y con una acogedora sonrisa hacia los más débiles o están solos.
3º.- ¿Cómo puede existir un mensajero sin que sea enviado? Sentíos todos vosotros también enviados. Y no olvidéis que él nunca nos lleva hacia una persona o grupo sin caminar al mismo tiempo a nuestro lado, y siempre un poquito por delante, calentando con su amor su corazón, y abriendo su mente a la comprensión y aceptación de su mensaje.
Y termino con unas palabras dirigidas afectuosamente a vosotros los jóvenes en cuanto bautizados, miembros de la Iglesia desde vuestro bautismo. Quiero hablaros de las vocaciones o de las llamadas personales de Jesucristo y de las tareas que os quiere encomendar buscando vuestra felicidad y la ayuda al resto de los miembros de la Iglesia. Las principales vocaciones, precedidas de una elección y de una llamada del Señor, son a la vida matrimonial, a la vida misionera, a la vida religiosa o consagrada, y a la vida sacerdotal.
Quisiera resaltar estas dos últimas por su escasez y necesidad. Han sido y son muy necesarias en este tiempo y en esta diócesis en la que vivimos. Hay que rezar para que el Señor nos bendiga con estas vocaciones y para que nuestros oídos, mente y corazón estén abiertos a ser enriquecidos con este don de servicio a la Iglesia en que vivimos.
Al comenzar el mes de noviembre, el Rector del Seminario y el Delegado de Pastoral Vocacional de nuestra diócesis, acompañados por algún seminarista (tenemos tres de momento), van a comenzar a visitar colegios, institutos y parroquias, para dar a conocer esta realidad de la llamada del Señor a ser sacerdotes de Jesucristo o religiosos y religiosas de vida consagrada o de vida contemplativa. El Seminario y sus personas serán punto de referencia e información, así como los sacerdotes de vuestras parroquias.
Jesús sigue llamando, quiere haceros felices, llenaros de su amor divino, quiere pedir vuestra colaboración y encargaros una tarea evangélica a realizar para bien de muchos. No os cerréis a la gracia de su llamada, a la gracia de la vocación. Abrid vuestros oídos y vuestros corazones y percibiréis sus palabras y llamadas. Haced silencio y escucharéis su voz. Sentiréis la fuerza del Espíritu Santo para seguirlo, para hablar de Jesucristo, para darlo a conocer valientemente, con vuestros sentimientos, vuestra experiencia de Él, vuestras obras y testimonio.
Ojalá un día podáis decirle a Jesucristo estas palabras que pronunció nuestra Madre del cielo, Santa María: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38), o las que encontramos en el Salmo 39: “Aquí estoy Señor para hacer tú voluntad”. Abrid vuestro corazón al amor del corazón de Dios. No os arrepentiréis. Experimentaréis la fuerza de su ayuda constante y de su amor divino.
Que María, nuestra Madre y Reina del Cielo, la Santísima Virgen de Cortes, nos bendiga en este Año Jubilar y nos proteja siempre con su intercesión y su amor maternal.
Qué así sea.
Ángel Fernández Collado
Obispo de Albacete