+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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10 de marzo de 2022

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]M[/fusion_dropcap]alagón, 11 de marzo de 2022

Queridos hermanos sacerdotes, Madres Carmelitas de Malagón, religiosos y religiosas, devotos de Santa Teresa, hermanas y hermanos todos en el Señor. Mi presencia aquí, invitado por don Amós es para acompañaros en la celebración del IV Centenario de la Canonización de Santa Teresa de Jesús. Acontecimiento importante para este Convento de Malagón, para la diócesis de Ciudad Real y para la Iglesia en España.

Conocemos que este Convento de Madres Carmelitas Descalzas de san José, en Malagón (Ciudad Real), fue fundado y construido por la propia Santa Teresa de Jesús, de forma provisional, en las «Casas de la Quintería», propiedad de Doña Luisa de la Cerda, 1ª Señora de Malagón, construyéndose el edificio del convento entre 1576 y 1579, diseñado por el arquitecto Nicolás de Vergara el Mozo. Fue inaugurado solemnemente el 11 de abril de 1568, Domingo de Ramos.      

Santa Teresa, la santa Fundadora, puso en práctica en él una profunda renovación evangélica de la vida religiosa contemplativa, mediante la total consagración a Dios, con el objetivo de alcanzar la perfecta caridad, que es despojo de sí y revestimiento de la nueva condición que Cristo ha ganado para la humanidad con su cruz y resurrección.

Santa Teresa de Jesús, que nació en Ávila el 28 de marzo de 1515, moría en la villa de Alba de Tormes el 4 de octubre de 1882, siendo sepultada al día siguiente, con la curiosidad de que, al entrar en vigor, justo entonces, la reforma del calendario juliano, amanecía como 15 de octubre.

Celebramos pues con inmensa alegría el IV Centenario de su Canonización, es decir, de la declaración oficial por la Iglesia de Santa Teresa como “Santa”. Por ello, damos gracias a Dios por su persona, obras santas y sus Fundaciones. 

Todos estamos llamados, como hijos de Dios, a ser santos, a parecernos a Dios, nuestro Padre del cielo que es todo santidad. Jesús nos llama a todos a parecernos a Dios y nos dice: Sed santos como vuestro Padre celestial es santo.

¿En qué consiste la santidad? ¿Cómo alcanzar a ser santo? 

-En servir, glorificar y amar a Dios en todas las circunstancias de la vida, y en amar a nuestro prójimo como a uno mismo.

-Cristo es nuestro modelo a imitar: “camino, verdad y vida”. Camino que lleva al Padre y a la imagen visible de su rostro: Jesucristo.

-El programa para ser santo, se concreta en la vivencia de las Bienaventuranzas: pobres, pacíficos, misericordiosos, ….

-Somos llamados a entrar por la puerta evangélica: caridad, humildad, entrega, responsabilidad, fidelidad a Dios y a su Evangelio.

¿Quiénes son los Santos?: 

1- Amigos de Dios; 

2- Que hacen el bien; y

3- A quienes queremos imitar.

¿Qué buscamos en los Santos?

– El ejemplo de su vida; 

– La participación en su destino;

– La ayuda de su intercesión.  

Vida Eucarística en Santa Teresa.

Brevemente, nos acercamos a conocer más de cerca la comprensión y vivencia de la Eucaristía que vivió Santa Teresa. En primer lugar, nos encontramos que santa Teresa de Jesús, que vive en el siglo XVI, no usa nunca el término Eucaristía. Habla siempre del Santísimo Sacramento. 

En el monasterio de la Encarnación de Ávila la piedad eucarística vivida por Santa Teresa era la que entonces se vivía en una Comunidad religiosa. Según la Regla del Carmen, la celebración de la Misa era el acto comunitario por excelencia. Sin embargo, son pocas las fechas en las que, entonces, las religiosas podían comulgar. La santa Misa se celebraba todos los días, pero la comunión solamente se recibía en los días señalados en la Regla.

Una vez que su experiencia se centró en el misterio de Cristo, con especial atención a su Humanidad (Vida 22 y Moradas VI, 7), era normal que el Santísimo Sacramento, como ella lo llamaba, pasase a integrar el campo de la piedad cristológica de Teresa y de sus hijas. Es probable que entonces ya practicara la Comunión diaria, aunque eso supusiera una singularidad llamativa en su ambiente comunitario.

No todos los confesores la animaban a comulgar. Alguno de ellos la recomendaba que no lo hiciese todos los días: «Díjome mi confesor que no comulgase tan a menudo y que procurase distraerme de suerte que no tuviese soledad». Aceptada la indicación, Teresa manifiesta su incomprensión con dolor y lo dejó escrito: «Fuime de la Iglesia con esta aflicción y entréme en un oratorio, habiéndome quitado muchos días de comulgar, quitada la soledad, que era todo mi consuelo, sin tener persona con quien tratar, porque todos eran contra mí» (Vida 25,15). Sin embargo, pasada esta pequeña y ocasional reprensión, esta situación fue pasajera, pues su piedad eucarística se había vuelto fuego incandescente, llama interior, encendida y necesaria, según reflejará en sus escritos.

Desde entonces, como ella escribe, los principales acontecimientos de su vida brotan con luz y fuerza desde la Eucaristía. El primero de todos, su misión de fundadora: «Habiendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad lo procurase con todas mis fuerzas». En su libro de las Fundaciones, escribe ella un texto en el que refleja que el punto culminante de las experiencias místicas es la gracia del matrimonio espiritual, que, para ella, tuvo lugar el 18 de noviembre de 1572, al recibir la comunión de manos de san Juan de la Cruz. Éste, para mortificarla, le dio sólo la mitad de la Hostia consagrada. Ella lo sintió mucho pues le gustaba recibir la comunión con formas grandes. 

Pasado este momento curioso de mortificación, Santa Teresa escribió sobre ello: «Díjome Su Majestad: No hayas miedo, hija, que nadie sea parte para quitarte desde Mí; dándome a entender que no importaba y dióme su mano derecha, y díjome:  Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy. Hasta ahora no lo habías merecido; de aquí adelante, no sólo como Criador y como Rey y tu Dios, mirarás mi honra, sino como mi honra que es ya tuya y la tuya mía» (R 35. cfñ.-i/1 72,1). La comunión sacramental con Cristo, en los últimos diez años de su vida, fue una dulcísima oportunidad para renovar la gracia especialísima de la esponsalidad. A su vez esta gracia esponsal pone de manifiesto mediante el símbolo del clavo, la dimensión de la Eucaristía como sacrificio de la Nueva Alianza y como comunión de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa.

Por eso, de alguna manera la Eucaristía, el Santísimo Sacramento, constituye el centro de la oración de las Comunidades teresianas: Cristo en su Humanidad doliente, glorificada. Es todo un historial de fe, amor, tensión de esperanza escatológica, momento privilegiado para el trato de amistad con Dios, su Señor y Esposo. Dice ella también: «Cuando yo me llegaba a comulgar y me acordaba de aquella majestad grandísima que había visto, y miraba que era el que estaba en el Santísimo Sacramento…, los cabellos se me espeluzaban».

La Madre Teresa de Jesús tenía la firme convicción de que una nueva casa religiosa sólo quedaba erigida y fundada, cuando se celebraba en ella la primera Misa y quedaba reservado en la capilla el Santísimo Sacramento. Tal convicción se debía a la idea que ella tenía de la centralidad del Sacramento de la Eucaristía en la buena marcha de la casa religiosa y de la vida fraterna en comunidad. Él centro de la vida consagrada, comunitaria y espiritual, y de la misma liturgia, es la Eucaristía. 

La misma Santa Teresa, pasados algunos años, al hacer balance de su tarea de fundadora, percibe dicho quehacer, ante todo, como implantación de la Eucaristía en un templo más, o como colaboración a la difusión de la presencia eucarística del Señor en medio de los hombres. Así lo expresa la Santa: «porque para mí es grandísimo consuelo ver una iglesia más adonde haya Santísimo Sacramento» (Fundaciones, capítulo 3, 10). Esta misma idea persiste en las últimas fundaciones. Con ocasión de la fundación del Convento de Palencia escribía: «Aunque no sea sino haber otra iglesia adonde está el Santísimo Sacramento, es mucho» (F 29,27).

Un año, por tanto, al celebrar el IV Centenario de la Canonización de Santa Teresa, para cultivar la experiencia privilegiada de la oración, que es el medio de alcanzar la sabiduría de lo alto, que se logra mediante el conocimiento de la ley de Dios, de su divina voluntad, que sale al encuentro de aquel que la busca «como una madre y lo recibirá como la esposa de la juventud» (Eclo 15). El Papa Francisco parafraseando la definición que de oración nos dejó santa Teresa como «trato de amistad con quien sabemos que nos ama, comenta que la oración es una forma privilegiada de avanzar en una amistad que tanto más crece cuanto más se trata al Señor, amigo verdadero y compañero fiel de viaje, con quien todo se puede sufrir, pues siempre “ayuda, da esfuerzo y nunca falta» (Santa Teresa, Vida, 22,6). Y, es así, porque «para orar, no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho» (Moradas IV,1,7).

Esta definición teresiana de la oración: «trato de amistad con quien sabemos que nos ama», es una invitación a todos los bautizados, llamados a la santidad como vocación universal, y es también una invitación particular a quienes oran en nombre de toda la Iglesia de la que son ministros y actúan en la persona de Cristo y en la persona mística y corporativa de la Iglesia. 

Santa Teresa se hizo discípula de Jesús y, haciéndose pequeña y humilde por la fe, todo lo esperó de la revelación del Padre a los humildes, a aquellos que de verdad aman a Dios. Tal fue el motivo por el que, ya en edad madura, decidió no perder los años que le quedaban para emprender una obra de regeneración de la vida de consagración que la convirtió en santa fundadora y “madre de espirituales”.

Que el Señor suscite la conversión honda de nuestra mente y corazón, para que podamos imitar la pasión de amor por la humanidad de Cristo que santa Teresa contempló como camino a Dios, único por el que podemos transitar para llegar a él, en tiempos de bonanza y en tiempos de dificultad. Hemos de decir con santa Teresa, cuando ya se cernía sobre ella el desenlace de la muerte: «¡Ya es tiempo de caminar!». Palabras que el Papa comenta de forma certera: «Ya es tiempo de caminar, andando por los caminos de la alegría, de la oración, de la fraternidad, del tiempo vivido como gracia. Recorramos los caminos de la vida de la mano de santa Teresa. Sus huellas nos conducen siempre a Jesús».

Con la voluntad de caminar por la senda de Aquel que es camino, verdad y vida, imitando a Santa Teresa, digámosla: Teresa, santa fundadora y andariega por los caminos de la caridad perfecta, virgen y doctora de la Iglesia, maestra de oración, intercede por nosotros.   

 

 

Ángel Fernández Collado

Obispo de Albacete