+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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5 de mayo de 2022
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]M[/fusion_dropcap]uy estimados sacerdotes, párrocos de la ciudad de Almansa y sacerdotes concelebrantes. Sr. Alcalde y Corporación Municipal, presidentes de la Sociedad de Pastores y Asociación de la Virgen de Belén, Reina y Damas de las fiestas y de los cuatro distritos y acompañantes, abanderadas de la Agrupación de Comparsas, Junta Festera de calles y presidentes, devotos de la Virgen de Belén y feligreses de las parroquias de la ciudad, hermanas y hermanos todos.Un año más, estamos celebrando con fe y gozo la Fiesta de Nuestra Señora la Virgen de Belén. A la luz de la Palabra de Dios recordamos el momento en que el arcángel San Gabriel, en nombre de Dios-Padre, anunció a María el deseo divino de que fuese la Madre de Jesucristo, del Hijo de Dios que en ella tomaría cuerpo humano, permaneciendo virgen y concibiéndole por obra y gracia del Espíritu Santo. María, sin acabar de entender lo que Dios pensaba hacer en ella y por ella, se pone generosamente en sus manos divinas y le responde positivamente y con generosidad: «Aquí está la sierva del Señor. Hágase en mí según su palabra».
El arcángel del Señor, transmite a María, después de su aceptación, el acontecimiento gozoso de su próxima maternidad pues, sin dejar de ser virgen, por obra del Espíritu Santo, recibiría en su seno a Jesús, al Hijo de Dios, que nacería en Belén de Judá. Es el momento en que María dice sí a Dios aceptando su voluntad. Y, con esta respuesta, el Hijo de Dios, el Verbo divino, la persona de Jesús, toma carne humana en el vientre de María.
San Ildefonso, que vivió en el siglo VII y fue Arzobispo de Toledo, en uno de sus más bellos escritos sobre la Virgen María, hace referencia a este acontecimiento grandioso en su libro “De perpetua virginitate”, resaltando la Virginidad de María, antes del parto, en el parto y después del parto, además de su maternidad divina, dando a luz milagrosamente a Jesús, sin intervención de varón alguno, por obra del Espíritu Santo.
Estas son sus palabras, que se nos han conservado en una de las oraciones de la Misa de la Solemnidad de Santa María de la Esperanza o de la Encarnación del Señor. Escribe él, con su estilo gramatical, cómo fue posible su maternidad divina sin perder su virginidad: “Jesucristo, en cuanto Hijo de Dios, ensalza a la Virgen para que le conciba y premia a la Madre cuando le da a luz. Él se hace al mismo tiempo don e hijo, infundido en ella la otorga la maternidad que ella aún no tenía, nacido de ella no se lleva la virginidad que ella conservaba. Virgen y Madre a la vez. De la misma manera, Dios no la priva del honor de llevarlo en su seno, ni la entristece con los dolores del parto. Y tiene con ella tal delicadeza que acalla el gemido materno cuando va a nacer con un parto milagroso, sin dolor, y deja que se manifieste con sus atenciones de madre la ternura hacia el ya nacido, Jesús, el Hijo de Dios”.
Además de gozarnos de la grandeza de la Virgen María por su virginidad y maternidad divina, por su disponibilidad total para aceptar y cumplir en todo momento la voluntad de Dios, nos acercamos a ella para reconocerla como la mejor discípula de Jesús y como el mejor modelo a imitar en nuestra vida cristiana para parecernos a Dios y a la virgen y ser buenos cristianos.
Hay dos virtudes o actitudes importantes en la vida de María que nos sirven de modelo para aprender a ser verdaderos cristianos y para mostrarlo a los demás en nuestro vivir ordinario. Estas dos virtudes o actitudes son la generosidad y el servicio.
Nos narra el Evangelio que María, una vez que aceptó ser la Madre de Dios, según se lo había pedido Dios Padre a través de las palabras del arcángel san Gabriel, se puso en camino hacia la montaña para ayudar a su prima Isabel que estaba ya cercana a dar a luz al niño que llevaba en sus entrañas: a Juan Bautista.
La Virgen María acepta y se entrega totalmente a todo lo que Dios la pide. Manifestando una generosidad sin límites a lo largo de toda su existencia aquí en la tierra, recordamos que fue especialmente generosa dedicando un tiempo importante a cuidar a su prima Santa Isabel, permaneciendo junto a ella hasta después de dar a luz al niño que llevaba en sus entrañas: a Juan Bautista.
Igualmente recordamos como María buscaba el bien de los demás y procuraba ayudarles, servirles en sus necesidades. Así lo hizo con su intervención en las bodas de Caná, con el milagro que realizó Jesús a petición de María de convertir unas tinajas llenas de agua en un vino excelente. La alegría de los nuevos esposos y de sus invitados coronó la fiesta que estaban celebrando. La “generosidad y el servicio” fueron virtudes normales en María y son para nosotros virtudes a practicar.
María, nuestra Madre del cielo, tan cercana a nosotros en su advocación de Belén, no piensa en sí misma, sino en los demás. Trabaja en las faenas de la casa con la mayor sencillez y con mucha alegría; también con gran recogimiento interior, porque sabe que el Señor está en Ella. Todo queda santificado en la casa de Isabel por la presencia de la Virgen María y del Niño Jesús que lleva en su seno.
María nos muestra con su comportamiento ejemplar que la generosidad es la virtud de las almas grandes, aquellas que actúan gratuitamente, sin pedir nada a cambio. La persona generosa sabe dar cariño, comprensión, ayudas materiales a los demás y no exige que la quieran, la comprendan o la ayuden. La persona generosa da y se olvida de que ha dado. Ahí está toda su riqueza y grandeza. Ha comprendido que es mejor dar que recibir, y descubre que amar es, esencialmente, entregarse al servicio de los más necesitados y desamparados. El dar ensancha el corazón y lo hace más joven, con más capacidad de amar. El egoísmo nos empobrece, mientras que el amor nos enriquece.
Pedimos y suplicamos hoy a Nuestra Señora, la Virgen de Belén que nos enseñe a ser generosos con Dios y con los demás, con quienes conviven o trabajan junto a nosotros y con quienes nos encontramos en las diversas circunstancias de la vida. Que sepamos darnos con generosidad en el servicio a los demás y en la vida ordinaria de cada día.
Ángel Fernández Collado
Obispo de Albacete