+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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9 de mayo de 2022

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos hermanos sacerdotes y diáconos:

La fiesta de San Juan de Ávila, patrono del clero español, nos ha reunido en esta mañana en Alcaraz a los sacerdotes, religiosos y diáconos del presbiterio diocesano para celebrar gozosamente y participar en este Jubileo Sacerdotal uniéndonos a los actos del Año Jubilar de Nuestra Señora, la Virgen de Cortes. 

A la vez felicitamos y agradecemos la entrega y dedicación al ministerio sacerdotal como presbíteros de esta diócesis albacetense a los sacerdotes que celebran sus Bodas de Plata Sacerdotales: don Antonio Abellán Navarro, don Carlos Garijo Serrano y don Antonio José López Gómez. Al contemplar vuestras biografías descubrimos la grandeza de la misericordia de Dios que, por medio de vuestro ministerio, perfecciona en el amor a su Pueblo para que un día pueda participar de los gozos eternos. ¡Dios os bendiga y os guarde siempre en su amor! Gracias y que el Señor y su Madre santísima sigan bendiciendo vuestras personas y ministerio sacerdotal. 

Me ha parecido oportuno reflexionar en esta mañana y resaltar dos aspectos pastorales que hoy están muy presentes en nuestras vidas como pastores en esta Iglesia de Jesucristo, en esta realidad apostólica que es la diócesis de Albacete: En primer lugar, la celebración del Sínodo sobre la “sinodalidad”, convocado por el Papa Francisco: Sínodo 2021-2023, “por una Iglesia Sinodal, comunión, participación y misión”, sobre el que estamos reflexionando y ofreciendo nuestras aportaciones de cara a la celebración del Sínodo de los Obispos en 2023; y, en segundo lugar, la celebración de la fiesta anual de nuestro modelo sacerdotal diocesano, San Juan de Ávila, patrono del Clero Español.  

1.- Sínodo de los Obispos. Participación y aportaciones. ¿Hacia dónde camina el Sínodo en nuestra diócesis?

El objetivo del trabajo pastoral en toda la diócesis sobre la celebración del futuro Sínodo de los Obispos, de este Sínodo sobre la sinodalidad, es que la Iglesia pueda aprender, a partir de este camino sinodal, qué procesos le pueden ayudar a vivir la comunión, realizar la participación y abrirse a la misión. 

Generalmente, las palabras o escritos que acompañan al Sínodo para alcanzar la sinodalidad, suelen ser “ilusionantes” pero, en la mayoría de los casos se quedan en palabras aparentemente positivas pero huecas, vacías y retadoras por sus críticas a personas y realidades diocesanas. Lamentablemente, en la presentación del primer borrador de las aportaciones escritas según el pensar de los redactores, tuve que intervenir al final de su lectura, indicando que no estaba de acuerdo con sus palabras en las que trataba mal a los sacerdotes con acusaciones absurdas, ideológicas, afeándoles su comportamiento y exigiéndoles cómo tenían que comportarse en la parroquia. Indiqué que no consentía que se hablase mal de mis sacerdotes y que les señalasen públicamente lo que tenían que hacer y no hacer. Indiqué también que la Iglesia de Jesucristo es jerárquica, porque así lo estableció Jesucristo.

Está terminando la fase diocesana y son muchos los que todavía no tienen idea de en qué consiste esta reflexión y puesta en marcha de la sinodalidad del Sínodo. Otros, entre nosotros, hablan de la sinodalidad como una nueva forma de “gobernar dentro de la Iglesia”. Qué equivocación. La sinodalidad buscar servir más y mejor a la Iglesia, a su misión evangelizadora, no servirse de ella; y potenciar la evangelización, dando a conocer a Jesucristo y sus enseñanzas evangélicas El objetivo en positivo es caminar, avanzar, evangelizar, como dice el mismo Papa Francisco: «Todos juntos, pastores y pueblo fiel, caminando en una misma dirección en comunión con toda la Iglesia». 

El Papa Francisco ha hecho referencia en numerosas ocasiones al Sínodo, señalando que «no estamos formando un parlamento diocesano, que no estamos haciendo un estudio sobre esto o aquello; sino que estamos haciendo un camino de escucha mutua y de escucha del Espíritu Santo, que es una forma de orar». Sigue diciendo el Papa Francisco: «el Espíritu Santo nos necesita. Escuchadlo escuchándoos a vosotros mismos. No dejéis a nadie fuera o detrás».

Reunida la Asamblea de la Secretaría general del Sínodo, al inicio de las jornadas de trabajo de las comisiones, el Card. Mario Grech, Secretario General del Sínodo, animaba a sus integrantes “a asumir, en primer lugar, un estilo sinodal”, argumentando que “podemos hacerlo escuchándonos los unos a los otros, mientras nos miramos, reconociéndonos como miembros vivos de un cuerpo eclesial, al servicio del cual hemos sido puestos”.

La Conferencia Episcopal Española, en su reciente Asamblea Plenaria señaló que los jóvenes españoles que habían participado en este proceso sinodal no llegaban al 10%. Estos jóvenes, cercanos a la Iglesia y presentes en las parroquias y en movimientos apostólicos, generalmente frecuentan los sacramentos, pero desconocen casi por completo la existencia del Sínodo. Reconocían también en la CEE que «a nivel interno destaca la falta de motivación, el desconocimiento de lo que es e implica la sinodalidad; las diferencias en los diálogos y aportaciones escritas; y la dificultad para llegar a los alejados».

Con todo, es importante subrayar que estamos ante el comienzo de un camino. La insistencia del Papa es que no se trata de elaborar un documento o estudiar un asunto, sino que es un estilo, una espiritualidad, una forma de ser y de caminar juntos. Ese es el desafío mayor y afortunadamente se ha puesto en marcha y tenemos que hacer todo lo posible porque el camino continúe.

2.- San Juan de Ávila. Modelo sacerdotal de referencia.

¿Por qué sigue resultando tan atrayente hoy día san Juan de Ávila, un sacerdote evangelizador del siglo XVI? Estamos en la Iglesia universal, y en nuestra diócesis, en tiempos recios y difíciles, muy semejantes a los que él vivió. Es necesario pues echar el ancla en aquello que tiene solidez suficiente para superar todo el oleaje de la noche pasajera. Encontramos en el Maestro Ávila cómo su acción pastoral no es producto de improvisaciones del momento, ni de superficialidad, sino fruto de la vivencia de su ministerio sacerdotal, centrado en Cristo, en la Iglesia y en los pobres, constantemente alimentado por la oración y el estudio. 

Eso significa que la doctrina y el ejemplo de vida del Apóstol de Andalucía pueden iluminar los caminos y los métodos a seguir en la vida eclesial de nuestros días. En sus escritos, y en sus cartas, podemos encontrar consejos de amigo para obispos, sacerdotes y diáconos, y prudentes orientaciones para ejercer nuestro ministerio pastoral con entrega, identidad, sencillez y valentía. Sin duda, el contacto con este verdadero maestro de evangelizadores, encenderá de nuevo el ardor necesario para anunciar a Jesucristo y construir su Iglesia en el siglo XXI. Los diversos sectores del Pueblo de Dios hallarán en esta insigne figura, que fue san Juan de Ávila, un gran estímulo en el fiel cumplimiento de su vocación.

San Juan de Ávila es un modelo muy actual para los sacerdotes. Las orientaciones que surgieron a raíz de la celebración del Concilio Vaticano II, y posteriormente la exhortación apostólica “Pastores Dabo Vobis”, hallan en san Juan de Ávila el modelo acabado de sacerdote santo e identificado con Jesucristo. En efecto, él encontró la fuente de su espiritualidad en el ejercicio de su ministerio, configurado con Cristo Sacerdote y Pastor, pobre y desprendido, casto, obediente y servidor. Es decir, se trata de un sacerdote que tiene la vida llena de oración y una honda experiencia de Dios, enamorado de la Eucaristía, fiel devoto de la Virgen, bien preparado en ciencias humanas y teológicas, conocedor de la cultura de su tiempo, estudioso y en formación permanente, acogedor, y que sabe vivir en comunión la amistad, la fraternidad sacerdotal y el trabajo apostólico. 

El sacerdote, configurado con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, entrega cada instante de su vida a Dios y a los demás. Camina por esta historia confiando en la acción misericordiosa de Dios que perdona sus pecados, lo fortalece en la debilidad y lo empuja a la misión. La vida espiritual del sacerdote se apoya en la gracia que recibe, principalmente en la meditación de la Palabra de Dios, en la gracia permanente del Sacramento del orden, en la eucaristía y en la penitencia. Quien vive en esta clave de gracia y misericordia, las obras apostólicas que realiza dan fruto abundante y son también fuente de crecimiento espiritual del sacerdote.

San Juan de Ávila fue un apóstol infatigable, entregado a la misión, predicador del misterio cristiano y de la conversión, padre y maestro en el sacramento de la penitencia, guía y consejero de espíritus, discernidor de carismas, animador de vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales, innovador de métodos pastorales, preocupado por la educación de los niños y jóvenes. San Juan de Ávila es la caridad pastoral viviente. Los presbíteros, y quienes se preparan para serlo, encontraron y encuentran el modelo de un verdadero apóstol, y un ejemplo vivo de la caridad pastoral como clave de la espiritualidad sacerdotal, vivida diariamente en el ejercicio del triple munus sacerdotal.

El Papa Benedicto XVI, en la homilía en que le declaraba doctor de la Iglesia, perfilaba los rasgos del Maestro Ávila que hoy debiéramos imitar: «Juan de Ávila fue un profundo conocedor de las Sagradas Escrituras, estaba dotado de un ardiente espíritu misionero. Supo penetrar con singular profundidad en los misterios de la redención obrada por Cristo para la humanidad. Hombre de Dios, unía la oración constante con la acción apostólica. Se dedicó a la predicación y al incremento de la práctica de los sacramentos, concentrando sus esfuerzos en mejorar la formación de los candidatos al sacerdocio, de los religiosos y los laicos, con vistas a una fecunda reforma de la Iglesia».

En la dinámica de “nueva evangelización”, ocupa un lugar preeminente la predicación de la Palabra de Dios. El Papa Francisco en su exhortación “Evangelii Gaudium”, resalta su importancia en la labor evangelizadora. «No solo la homilía debe alimentarse de la Palabra de Dios. Toda la evangelización está fundada sobre ella, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta formarse continuamente en la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial» (EG 174).

Fray Luis de Granada calificaba al Apóstol de Andalucía como “predicador evangélico”. Y a quienes preguntaban a san Juan de Ávila ¿qué hay que hacer para predicar bien?, él siempre contestaba: «Amar mucho a Nuestro Señor». Hoy como ayer, es necesario, como hacía el Santo Maestro, subir al púlpito templado, esto es, «con una muy viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo». No pueden faltarnos una insaciable hambre y unos continuos deseos de llevar los hombres a Dios, no encontrando para ello mejor camino que siempre estar con Jesucristo en el corazón y en los labios. Él definía así a los predicadores: «son también comparados al mismo sol; porque, con el calor y fuego de la Palabra de Dios, producen en las ánimas fruto provechoso a quien lo hace, y sazonado y sabroso al Señor; y, con alumbrar el entendimiento, dan conocimiento de Dios y enseñan el camino del cielo, alumbrando de los tropiezos que en él se pueden ofrecer». Y puntualizaba, dirigiéndose a los laicos: «los predicadores son “espuertas de la semilla”; no tengáis en poco la semilla si la espuerta es vil».

El santo doctor consideraba que «no basta con engendrar hijos a la fe, sino que hay que ayudar a que esa fe madure y haga hombres y mujeres nuevos, ayudar a nacer verdaderamente a la vida personal de fe y ajustar la vida de acuerdo con esas creencias». A esto apunta entonces y en nuestros días la necesaria evangelización.

En definitiva, san Juan de Ávila fue un verdadero Maestro de evangelizadores y, a través de sus escritos, puede seguir siéndolo para nosotros hoy. Tenemos en nuestros días necesidad de orar, y de maestros de oración, porque, como él escribió, «los que no cuidan de tener oración, con sola una mano nadan, con solo una mano pelean y con solo un pie andan».

Que nuestro santo Patrono, san Juan de Ávila, nos lleve por el camino de la santidad, de la identidad sacerdotal en su Iglesia, y del pastoreo apostólico.

 

Ángel Fernández Collado

Obispo de Albacete