Juan Iniesta Sáez

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13 de mayo de 2023

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Este fragmento de los discursos de despedida de Jesús, testamento espiritual que nos deja en el Evangelio según San Juan, está como enmarcado por sus frases primera y última con una afirmación: la correlación entre el amor a Cristo -y por tanto al Padre-, y el cumplimiento de sus mandatos, que Él mismo resumía en el mandamiento del amor. Parece que quisiera dar vueltas a una misma y única idea, para conseguir que nos quedase bien grabada en el alma la necesidad que tenemos de escuchar y obedecer su Palabra, que nos guíe en el camino de la vida por las sendas del amor, suscitando en nosotros la entrega generosa a los demás, a imitación del Maestro. 

Pero en medio del texto, Jesucristo introduce un elemento trascendental. El Padre enviará, así se lo pide Cristo, al Espíritu de la verdad para que esté siempre con nosotros. Hace bien la liturgia en no traducir el nombre que emplea Jesús, el «Paráclito», ya que toda traducción se quedaría corta. El Paráclito es el defensor, es el Espíritu consolador, el abogado, el que media y permanece con nosotros… Pero no en una simple labor de representación, en la que se va el Hijo, pero nos deja al Paráclito como «sustituto» de su presencia. No. Va más allá: «mora con vosotros y está en vosotros». No sólo está junto a, sino dentro de cada cristiano. 

Y es el «Espíritu de la verdad», como afirma el propio Jesús. En esta sociedad líquida, sin fundamentos sólidos, y marcada por ese relativismo que dogmatiza sobre la imposibilidad de conocer una verdad objetiva, contrasta fuertemente cualquier referencia a «la verdad». Sin embargo, los cristianos afirmamos conocerla, esa verdad firme, en tanto en cuanto conocemos a Jesucristo («Yo soy el camino, la Verdad y la vida»). 

Una advertencia: cuidado con nuestros propios dogmatismos. La Verdad es Él. Y el Espíritu de la Verdad es el suyo. No nos inventemos y convirtamos en criterio absoluto nuestras verdades -que por ser nuestras, en ocasiones son sólo medias verdades… y medias mentiras- sino reconozcamos la Verdad de Dios, reconozcamos al Dios verdadero; y desde ahí, desde el amor que nos tiene y al que intentamos responder con amor, con cumplimiento de mandatos de amor, propongamos al mundo la Verdad, la Bondad (lo verdadero, lo bueno y lo bello se hacen una sola categoría) en la Belleza del Evangelio proclamado y vivido.

 

Juan Iniesta Sáez
Vicario Zona Sierra