20 de marzo de 2022

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En este domingo en el que celebramos el Día del Seminario hemos querido conocer la historia vocacional de dos de los seminaristas de Albacete

Alberto Martínez: primer año en el Seminario

Mi nombre es Alberto Martínez. Tengo 27 años y soy natural de Albacete. Desde noviembre vivo en Orihuela, en el Seminario Mayor realizando el curso Propedéutico y formándome para ser futuro sacerdote. 

En 2019 terminé mis estudios de Psicología y decidí empezar una oposición para poder tener un futuro laboral más estable. Mientras me preparaba para ese examen, fue cuando sentí que el Señor tenía otros planes que para nada me imaginaba. 

En esos momentos, mi fe no la tenía presente en mi día a día. La veía más bien como algo que te viene impuesto culturalmente. Pero todo cambió. Dios me hizo ver que Él de verdad vive y que su amor es real. Cuando uno tiene la experiencia de Dios que toca su corazón es capaz de dejarlo y darlo todo para engrandecer su gloria.

Desde el momento en el que sentí esa llamada, esa propuesta del Señor a ser sacerdote, mi vida cambió por completo. Sentía la necesidad de hablarle a todo el mundo de Dios, de aprender más sobre Él, de rezarle, de quererle cerca. Mi percepción del mundo, de las personas, de la vida en general, cambió. Sentía una felicidad en mi interior indescriptible. 

Decía San Juan Pablo II que “el amor se siente, no se ve”.  Esta frase sería ideal para explicarle a alguien que me preguntase sobre qué es la vocación para mí. La vocación es algo que uno mismo siente y vive claramente como si fuese parte de sí mismo, pero que a la vez se hace realmente complicado explicar a los demás. Es como una llama que sientes cada día dentro de ti, con fuerza, pero de la que tienes que cuidar para que no se apague. La vocación es como una chispa de luz que Dios te hace ver para que sigas el camino que Él tiene pensado para ti, para que vivas con Él para la eternidad. 

Como todo ser humano, antes de dar un cambio importante en la vida, uno siente miedo, tiene dudas, prejuicios. Cuando se da el paso, si ese camino viene de Dios, nada puede ir mal. Así que eso fue lo que hice: dejarme en las manos de Dios, a su voluntad. La verdad es que este tiempo que llevo en el Seminario ha sido una maravilla. No me arrepiento para nada haber tomado esta decisión. Cada día le doy gracias a Dios por darme la oportunidad de ponerme otra vez en su camino.

Desde aquí animo a cualquier joven que esté leyendo mi historia y que esté sintiendo que Dios le está llamando, que no tenga miedo, que diga un Sí valiente al Señor. Seguro que esa decisión, será la mejor de sus vidas. Como me pasó a mí.

Alejandro Marquina: la mejor decisión de mi vida

Soy Alejandro, seminarista. Natural de Villarrobledo y, a mis 25 años, puedo decir que la mejor decisión de mi vida la tomé cuando decidí responder al Señor y darle mi SÍ para ser sacerdote. 

No ha sido un camino sencillo o una elección fácil. En todo momento debemos elegir. Si decides ser aficionado del Real Madrid, no puedes seguir al Barça. Igual, si te decantas por estudiar derecho, rechazas otras opciones como estudiar medicina. Esta es la dificultad, común a todos, ante la que me encontraba. 

¿Cómo fui descubriendo la llamada del Señor? Algunos piensan que la vocación se descubre y se responde de un día para otro. Ni mucho menos. Fue un proceso largo en el que tuve que ir dando pasos poco a poco, muy despacio. 

Desde pequeño tuve la suerte de poder participar en la vida de mi parroquia, San Blas. Estaba en catequesis y era monaguillo junto a otros muchos. También, de gran importancia para mi vida y vocación, fue empezar a asistir a los campamentos en El Sahúco, Todo esto, junto con la libertad que me dieron siempre mis padres y la presencia de los sacerdotes de mi parroquia, fue decisivo para que hoy esté en el camino hacia el sacerdocio. 

Con el paso del tiempo empezó a surgir en mi interior una inquietud, algo en el corazón que no me dejaba indiferente. La posibilidad de ser sacerdote comenzó a ser muy real en mi vida. Frecuentemente aparcería en mi mente ese pensamiento, esa pregunta que hace latir el corazón con mucha fuerza: ¿y si de verdad Dios me pide que sea sacerdote? Imaginándome en esa vida, dándome completamente a los demás y entregándome por completo al Señor, me sentía feliz, simplemente feliz. ¿Quién no se ha sentido feliz cuando se imagina haciendo lo que más le gusta? Si alguno quiere ser médico, ¿no siente un «gusanillo» en su interior cuando piensa que, con tiempo y esfuerzo, estará ejerciendo ese oficio y habrá alcanzado su sueño? Esto es lo que sentía cuando pensaba en la posibilidad de ser sacerdote. Año a año ese pensamiento fue haciéndose cada vez más fuerte, cada vez más claro. 

El miedo paraliza y eso es lo que me ocurrió. Cuando termino segundo de Bachillerato, a la hora de decidir qué hacer y, ante el miedo de responder al Señor, opté por comenzar los estudios de doble grado en Derecho-Economía. Dejé apartada la vocación sacerdotal intentando quitarme de la cabeza esa opción. Fue imposible. Cuanto más quería olvidarla con más frecuencia venía a mi mente y a mi corazón.

Pasado el primer año en la Universidad, esa llamada se intensificó con tanta fuerza que al final tuve que rendirme. No podía ocultar más ni retrasar mi respuesta. Todavía con temor, decidí responderle y dejar mi vida entera en las manos de Jesús. Han pasado siete años, siete maravillosos años. Decidí decirle que sí, sabiendo que tendría que dejar a un lado otras cosas que para mí también eran muy importantes como formar una familia. Pero, cuando tú cierras una ventana, Dios te abre muchas puertas. He conocido personas que hoy forman parte para siempre de mi vida y, algo muy importante, quiero estar al lado de Jesús y de los demás dando mi vida por completo, hasta el final. 

Si alguna vez has sentido esa llamada, responde con confianza. El Señor sabe muy bien lo que hace. ¡Sin miedo!