27 de marzo de 2022

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Saúl: “vale la pena dedicarse a la causa de Cristo”

Mi nombre es Saúl. Tengo 24 años. Soy seminarista y actualmente estoy realizando mi año de pastoral en la parroquia de Santa María Madre de Dios en Villarrobledo. En este año estoy ampliando estudios de Historia de la Iglesia en el Instituto Teológico San Ildefonso de la Diócesis de Toledo.

Soy de un pueblo de la sierra, Riopar. Allí desde pequeño iba a catequesis y a los siete años comencé a ser monaguillo en la parroquia. Me llamaba la atención la labor del sacerdote y, aunque no me planteaba serlo, con doce años, para San José, me encontré a la salida de la parroquia un tríptico del Seminario de Albacete. Había una imagen que me llamó mucho la atención y que es uno de los ritos de la ordenación sacerdotal. Un hombre “postrado en el suelo”. Me llamó tanto la atención que empecé a preguntarme: ¿por qué no ser yo también sacerdote?

Ya en plena adolescencia tuve una pequeña crisis de fe. Me fui alejando de la vida parroquial y abandonando la idea de la vocación sacerdotal. Fue en catequesis cuando tocaba el tema de la vocación sacerdotal. El párroco puso un video sobre el encuentro de Papa Juan Pablo II con jóvenes en Madrid en el año 2003. Dijo unas palabras que me llamarón muchísimo la atención: “al volver la mirada atrás, y recordando estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo”. Fueron estas palabras las que hicieron que volviera a plantearme la llamada al sacerdocio.

Fue entonces cuando lo comenté a mis padres y me dieron su total apoyo. Asistía a misa todos los días y retomé la oración y el diálogo con el párroco para ir asimilando esa llamada al sacerdocio. Conocí a varios seminaristas con los que hablaba del Seminario y su respuesta era siempre la misma: “allí somos muy felices, pues respondemos a la llamada que Dios nos ha hecho”.

Terminados los estudios de Bachillerato y la prueba de acceso a la Universidad, el 13 de septiembre del 2015 comencé mi etapa de formación en el Seminario. Tras seis años de formación solo puedo decir que estoy feliz y contento. Pese a las dificultades de este camino que también las hay, siempre tienes a Jesús a tu lado. Él es el amigo que nunca falla.  Además, cuento con el apoyo y la ayuda de mis compañeros de Semanario, de los formadores y también de mi familia.

A ti, joven que lees estas letras, me gustaría lanzarte un reto. Si sientes que Jesús te llama a seguirlo, de una forma más cercana por medio del sacerdocio, no tengas miedo. Sé valiente con Cristo. De su mano, no tienes nada que temer.


Erick: “aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”

Soy Erick López, nací en Guatemala. Tengo 26 años y soy seminarista de esta Diócesis de Albacete.

Te preguntarás cómo fue que Dios me llamó a este estilo de vida tan maravilloso. Mi familia ha sido parte fundamental en este proceso. Me han apoyado siempre en mi decisión. También mis amigos y personas cercanas que con sus buenos consejos me han sabido orientar. Pero, sobre todo, escuché la voz de su llamada, cuando en la oración me hablaba al corazón.

Cuando tenía 7 años participaba en las catequesis de Comunión y me llamaba la atención el querer ser sacerdote. Cuando veía al sacerdote a celebrar misa, yo decía en mi interior: “quiero ser como él”. Nuestra catequista nos llevaba ante el sagrario y recuerdo que mi corazón latía muy fuerte. Me gustaba vivir ante Jesús Eucaristía. Sentía una experiencia inexplicable que no comprendía del todo pero era consciente de lo que pasaba en mi interior.

A esa edad no podía ingresar al Seminario. Eera pequeño. Conforme iba creciendo y formándome académicamente, Jesús seguía alimentando en mi ser la vocación.  Me inquietaba en la oración personal y en la participación de la misa. Con mi familia asistía domingo a domingo. Mis padres, con su palabra y sus obras, me inculcaron desde pequeño los valores de la fe.

En la época de la adolescencia, al igual que muchos jóvenes, me era difícil concentrarse en algo concreto. Tenía ilusión de querer hacer y ser muchas cosas.  Vivía en este mundo convulsionado que nos ofrece la felicidad inmediata. Ofertas de satisfacción aparentemente sólidas y duraderas pero que en realidad son tóxicas y efímeras. Nos dejan vacíos existencialmente porque no llenan todas nuestras expectativas.

En esa época quería ser sacerdote, pero se me presentaron varios proyectos de vida y autorrealización. Tuve la posibilidad de ser un buen médico y otras alternativas que me inquietaban. Confieso que esto causó mucha confusión y dudas en mí. Sin embargo, ninguna otra propuesta y dificultades fueron suficientes para ahogar ese anhelo vocacional y el deseo profundo de seguir a Jesucristo por este camino.  Muchas voces me asaltaban en la cabeza y en el corazón. Y fue allí cuando Dios me permitió hacer un stop en la vida.  De su mano, a través de muchas mediaciones fue aclarando mis dudas y purificando mis ideales. Recurrí a la dirección espiritual con un sacerdote y me ayudó muchísimo. Su acompañamiento favoreció mi discernimiento en la soledad de la oración. Fueron momentos intensos de estar a solas con Jesús y de largos diálogos de tú a tú con el Señor.

Hoy estoy aquí en el Seminario. Curso mi quinto año de formación de estudios. Estoy feliz y agradecido con Dios por la oportunidad de formarme día a día en el estudio y la reflexión y, sobre todo, dejándome transformar por Él en la oración y los sacramentos. Un día, si su misericordia me lo permite y de forma inmerecida, me postraré ante su altar y, así, consagraré mi vida al Ministerio Sacerdotal que la Iglesia me confíe. Ser sacerdote para siempre. Sacerdote de Jesús para continuar su misión y el proyecto del Reino.

Mientras llega ese momento, me esfuerzo en dar lo mejor de mí. Como en todo camino cristiano, siempre hay dificultades y altibajos. Yo también a veces me veo en apuros. Sé que esos momentos de cansancios y desánimos son parte de la vida. Entonces, con la fe puesta en Jesús que me sostiene y hecha la mano, me levanto con más fuerza para renovar mi Sí y decir una vez más: “aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”. En el día a día, en la oración, los estudios, la vida con los compañeros, los amigos y la familia.

Yo soy feliz. ¿Y tú, joven?, ¿lo eres?, ¿quieres ser feliz formándote para ser sacerdote de Jesús?  Él también hoy te dice: “ven y sígueme”. Si sientes esa experiencia inexplicable y Dios ha encendido una llama en tu interior no la dejes apagar. Mantenla encendida y aliméntala con la oración. Dejándote acompañar por un sacerdote.