21 de julio de 2019
|
147
Visitas: 147
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l motor de Obras Misionales Pontificias, es el Señor, y el sentido de todo lo que se realiza, son los misioneros y su labor evangelizadora. Es por ello, que lo que más hacen desde la Delegación de Misiones de Albacete es el cuidado de nuestros 50 misioneros, atendiendo sus necesidades, sus peticiones, inquietudes, y compartiendo su vida y misión. Y atendiendo a la ilusión que uno de nuestros misioneros, D. Ángel Floro, tenía en que fuesen a visitarlo para ver cómo estaba ahora ante su cambio de rol en la misión, se fueron hasta Zimbabwe. Pilar García, miembro del equipo de misiones de la Diócesis, fue una de las cuatro personas que, junto a Fernando J. Zapata, delegado de Misiones, formó parte de esta experiencia.
¿Cómo llegaste a Zimbabwe?
Llegué bien la verdad, con muchas ganas de aprovechar la experiencia, a pesar de que todos los días previos fueron con un nudo en el estómago. No es fácil dejar a personas o ciertos planes, y más en verano, por tomar la decisión de ir de experiencia misionera. Pero es llegar al país, y tomar contacto con los misioneros, y adiós nudos, adiós miedos. Todo empieza a cobrar sentido. Y aquí quiero dar gracias a D. Ángel, por acogernos y su esfuerzo, a Fernando, por confiar en nosotros en esta labor, y a él, Fabián y Charo por su compañía en estos días.
¿Cuesta cambiar el “chip”?
Para nada, en cambio al llegar de la misión a Albacete sí que cuesta. En cuanto llegas al destino misionero, y comienzas a ver la realidad de las personas, del trabajo de los misioneros, el Señor te hace cambiar rápidamente ese “chip” y ponerte las pilas para disfrutar y aprovechar esta oportunidad al máximo. La clave es preparar el corazón, ponerlo a disposición, y dejarte sorprender por aquello que el Señor quiera regalarte como experiencia.
¿Qué es lo que hicisteis en Zimbabwe?
Creo que la palabra “compartir” lo resumiría todo, y hacerme una más entre toda la gente con la que nos fuimos encontrando. El sentido principal, era ver cómo se encuentran los misioneros de allí, especialmente D. Ángel. Ver aquellas misiones que iniciaron hace 50 años, y a día de hoy siguen funcionando gracias a la colaboración de todos nosotros, a través de campañas como el Domund, Infancia Misionera, Vocaciones Nativa, y otras formas de colaborar. Gracias a todo ello se han podido construir colegios, centros médicos, parroquias… Vimos también las necesidades actuales que hay en el país, misiones que empiezan ahora, complicaciones… Así como ver sueños que se hacen realidad, como la construcción del salón de actos del colegio St. Paul, que no era otra cosa que un techo para soportar el sol africano y el suelo, y que gracias a la implicación de nuestra Diócesis fue posible su realización. Era emocionante estar allí, acordándonos de la solidaridad de toda la gente de nuestra provincia.
Yo allí me sentía una hormiguita, ante tanta labor realizada y por realizar, pero con muchas ganas de seguir ayudando a dignificar la vida de la población de Zimbabwe. En los días que estamos allí, no podemos cambiar el mundo, pero sí tomar nota de cómo podemos intentar hacerlo.
¿Y algo más personal?
Sin duda ves la mano de Dios en ti. Cómo el Espíritu Santo te empuja a que hables otros idiomas, y es ahí, como “bautizado y enviado”, cuando entiendes el pasaje de los Hechos, en el que dice “todos quedaron llenos de Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu los movía a expresarse” ((Hch 2, 1-13); y ya no inglés, incluso a hablar “shona” que es uno de los dialectos más hablados en el país. Y a parte de la lengua, cómo te das cuenta de la importancia de una sonrisa, de una mirada, de tantos gestos con los que el prójimo puede sentir en ti cariño, cercanía, y presencia de ese Amor en mayúsculas. Y yo es una de las enseñanzas que me he traído a España, donde al controlar el idioma a la perfección, descuidamos lo demás y eso me ha hecho reflexionar mucho. El Amor es el idioma universal, y es lo que mueve y distingue a un cristiano. Disfruté muchísimo de sentarme en el suelo con los más pequeños, no quería ser una espectadora de todo aquello, quería ser parte de ello, ser una más. Llenarme de arena, hacer reír a los niños, y ver por otro lado la emoción de los padres. Emocionarte cuando los niños te preguntaban por tus padres, o porqué habías ido allí, o que una niña al verte por segunda vez vaya corriendo a tus brazos, o decirte que eras muy divertida; y sin hacer nada, intentando únicamente ser un enviado del Señor. Ir a un hospital y llorar, ver las condiciones muy lejanas a las nuestras, pero a pesar de los medios, la dignidad con la que tratan a las personas. Ir a colegios y ver a profesores entregados, y niños educados y felices. Compartir la Eucaristía con todos ellos, otro regalazo. No os podría decir lo que duraban, se me hicieron cortísimas, y siempre terminabas con ganas de más, porque ibas abierto a la “novedad”. Otra cosa a reflexionar, pues creo que a cada celebración tenemos que ir con el corazón dispuesto al encuentro del Señor, sin caer en la monotonía, siempre nos encontraremos con algo nuevo si queremos hacerlo.
¿Y los misioneros…?
De los 16 misioneros españoles que hay en Zimbabwe, pudimos compartir vida con la mitad, y no sabéis qué regalo. Hubo algunos momentos que nos sentamos a la mesa con varios de ellos, y lo único que podías hacer era callarte, emocionarte, y escuchar su testimonio; encogerte ante una labor tan entregada, tan valiente, tan…del Señor. Cómo se encaran al miedo, a la soledad, al sacrificio, al distanciamiento de su familia y su hogar… Un ejemplo, del que deberíamos hablar más a menudo.